viernes, 30 de marzo de 2007

René del Risco Bermúdez


EL VIENTO FRIO


Debo saludar la tarde desde lo alto,
poner mis palabras del lado de la vida
y confundirme con los hombres
por calles en donde empieza a caer la noche.
Debo buscar la sonrisa de mis camaradas
y tocar en el hombro a una mujer
que lee revistas mordiendo un cigarrillo;
ya no es hora de contar sordas historias
episodio de irremediable llanto,
todo perdido, terminado...
Ahora estamos frente a otro tiempo
del que no podemos salir hacia atrás
estamos frente a las voces y las risas,
alguien alza en sus brazos a un niño,
otros hay que destapan botellas
o buscan entretenidamente alguna dirección,
una calle, una casa pintada de verde
con balcones hacia el mar...
Debo buscar a los demás,
a la muchacha que cruza la ciudad
con extraños perfumes en los labios,
al hombre que hace vasijas de metal,
a los que van amargamente alegres a las fiestas.
Debo saludar a los camaradas indiferentes
y a los que viajan hacia otra parte del mundo,
porque todo ha cambiado de repente
y se ha extinguido la pequeña llama
que un instante nos azotó,
quemó las manos de alguien, el cabello,
la cabeza de alguien.
Ahora se acaban aquellas palabras,
se harán ceniza del corazón,
se quedarán para uno mismo...
Es hermoso ahora besar la espalda de la esposa,
la muchacha vistiéndose en un edificio cercano,
el viento frío que acerca su hocico suave
a las paredes,
que toca la nariz, que entra en nosotros
y sigue lentamente por la calle,
por toda la ciudad...
ni tendrás esos ojos que hoy pueden ver el Lincoln Center,

la Plaza Roja o el Astrodome de Houston,
y llorar una mañana camino a tu trabajo
en una avenida llena de árboles y carros...
Otras muchachas vendrán con veinte años
y la cartera llena de lápices de labios,
y el café de las cinco en la calle El Conde
será para otros jóvenes
que no tendrán por qué recordarnos
cuando Rusia haya enviado su nave 240
pasajeros a la luna
Entonces los satélites CCCP y USA,
"sin llorar jamás desde sus órbitas"
estarán a muchos miles de kilómetros
por sobre la cabeza de los amantes
despreocupadamente alegres
que en las calles del mundo
cortarán con sus rostros la llovizna
y llorarán, tal vez,
por alguien que murió con un tiro en la frente
en algún sitio.
Otras muchachas vendrán, otros amantes,
que cantarán en Grecia por las noches
o irán a los teatros de Moscú, de Praga,
Lima, Chile, Buenos Aires
o se estarán aquí tristemente con las manos cogidas
pensando en que mañana todo concluirá
con un gran estallido.
Pero ya, antes de todo esto,
habrán muerto millones de soldados
en las primeras planas de los diarios,
el hambre habrá perdido su importancia,
los Beatles, Paulo VI, el Klu-Klux-Klan,
estarán enterrados para siempre
junto a las declaraciones de guerra,
los delegados de la ONU,
y las muchachas que, como tú,
perderán lentamente la sonrisa y morirán también
en las últimas tardes de un tiempo
en el que tuvimos nuestra correspondiente parte
de llanto, de miedo, de alegría...
Resulta, en cambio, simple esta verdad:
No estaremos tú y yo, sencillamente!...

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